De todos los mercadillos populares que en Madrid son, el de Entrevías es de lejos el más auténtico y cercano a lo que siempre fue un Rastro tradicional. Su ubicación natural, tan alejada del centro de la ciudad, lo ha convertido en uno de los espacios ciudadanos más desconocidos para el madrileño.
Pese a ello, este rastro de la zona de Vallecas más próxima a El Pozo del Tío Raimundo sigue muy bien de salud comercial. Su actividad es frenética cada domingo y festivo, cuando sus tenderos sacan a la calle una interminable sucesión de puestos ambulantes de ropa, alimentación (fruta fresca, frutos secos, aceitunas, etc.) y en menor medida perfumes, artículos para el hogar, ferretería, CDs de Los Chichos, películas de Manolo Escobar y por supuesto juguetes baratos para niños.
Todo en el Rastro de Entrevías resulta pintoresco y real. La gran mayoría de sus productos no pasan de los tres euros. Esta permanente oferta de precios atrae a un público masivo y variopinto, que deja en mantillas el término multiculturalidad.
El rastro en sí se articula en torno a una zona central dedicada a la venta de hortalizas, verduras y fruta de calidad -para hacernos una idea, justo lo contrario de la que despachan en supermercados ya que muchas veces está congelada-. Aquí las manzanas y tomates huelen a manzanas y tomates, mientras el aroma a cilantro perfuma los accesos a este peculiar mercado de abastos. Muchos de sus vendedores lo distribuyen en mano, vigilando discretamente la presencia intimidatoria de la policía municipal, que no obstante sabe por dónde se anda y procura hacer la vista gorda. Las degustaciones de piñas o mandarinas están a la orden del día… o a la orden de la navaja albaceteña que corta los trozos que consumen los viandantes.
En las tres arterias que confluyen en esta especie de plaza central tampoco falta la venta atípica de pintalabios, relojes, camisetas o DVDs piratas. Basta la apertura de un cartón para depositar allí mismo el muestrario de gangas imposibles. Legales o no, la imaginación de los vendedores garantiza toneladas de diversión, “¡Mujeres, no dejéis de llevar bragas!” sirven para fomentar la compra de lencería barata. La ropa a granel es una de los atractivos que atraen a más clientes, aunque hay prendas indescriptibles con las que jamás entraríamos al Círculo de Bellas Artes.
Los pasillos son estrechos, aunque en un par de cruces el espacio se amplía. Hay tres accesos posibles, dos desde la Ronda del Sur (junto al Parque de Entrevías y al comienzo de la barriada del Pozo) y uno más al final de la calle de los Barros. Si la masa llega a agobiar siempre se puede salir a tomar un poco de aire a las aceras de la calle Ronda del Sur, que ejercen de vía de servicio para quienes quieren evitar el paseo comercial. Al otro lado se abre el Parque de Entrevías, una solución perfecta para apaciguar el frenesí del rastro y sentarse a descansar en uno de sus bancos.
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