Rondaba el año 1401 cuando en un cónclave se planteó la necesidad de edificar un templo nuevo ante las condiciones ruinosas en las que se encontraba la antigua mezquita, transformada en iglesia tras la Reconquista. Antes de aprobar el proyecto, el deán don Pedro Manuel puso como premisa: "Hagamos una iglesia tan grande que los que la vieren acabada nos tengo por locos", y así fue.
Tras las obras de peatonalización de la avenida de la Constitución y los alrededores de la Catedral, hoy más que nunca se puede apreciar la majestuosidad del edificio, que hasta la construcción del Vaticano en Roma y de la catedral de San Pablo en Londres, era el más grande la Cristiandad.
Del conjunto almohade se conserva el denominado Patio de los Naranjos y el minarete. El interior del templo está considerado una pinacoteca de enorme valor. En poco más de un siglo, los mejores canteros y arquitectos, entre los que se encontraban Diego de Riaño, Juan Gil de Hontañón o Hernán Ruiz, se hicieron cargo de la obra hasta su consagración en 1507, bajo la advocación de Santa María de la Sede. Como resultado encontramos un templo cuyas dimensiones asustan, 116 m de largo por 76 m de ancho y siete naves, ya que los dos pasillos exteriores fueron transformados en capillas. La altura máxima del crucero son 37 metros, con un total de 264 m2. La estructura del conjunto es gótico, pero ya en los últimos retoques se aprecian elementos renacentistas, y la decoración es primordialmente barroca. El retablo mayor, completamente dorado, la Capilla Real, donde se encuentra la tumba del amado rey don Fernando y la Virgen de los Reyes, así como las vidrieras justifican la visita. Las puertas, en total siete, están llenas de leyendas y curiosidades. Por la puerta del Lagarto (al pasar no olvidéis mirar hacia arriba para ver las tripas del enorme reptil) se entra al Patio de los Naranjos, único resto de la antigua mezquita junto con la Giralda. El marinete, construido por los almohades en 1184, es una de las maravillas que quedan de este arte en la península. Está construido con ladrillo macizo, decorado en sus cuatro caras exteriores con entrelazados y arquillos ciegos, muy característicos. Su interior, compuesto por un conjunto de 35 rampas, permitía el acceso al sultán a caballo para llamar a la oración a su pueblo. Hasta 1355, se encontraba rematado por cuatro grandes bolas doradas y una linterna de media naranja cuyo resplandor se podía ver desde "más lejos de una jornada", según los cronistas de la época. En esa fecha, un terremoto derribó las bolas y no fue hasta 1558 cuando fueron sustituidas por un cuerpo de campanas, el reloj de las estrellas y las Carambolas, rematándose la torre con la veleta de la Fe, el famoso Giraldillo, cuya copia se puede observar en una de las puertas de la Catedral. Desde arriba, se pueden contemplar unas vistas únicas de la ciudad.
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