La plaza de América, llamada en los primeros tiempos de Honor, es el espacio urbano mejor tratado de la Exposición Iberoamericana, que se sitúa en el extremo sur del parque. Es un recinto en el que se volcó el temperamento de Anibal González, la sevillanidad de hierros, azulejos y estatuas, que tanto se extendieron después y las tres tendencias, mudéjar, gótica y renacentista que sirvieron de ensayo general en la búsqueda de un estilo local, que terminó siendo un poco la mezcla de todo y que se llamó regionalismo tradicional o historicista.
En el cruce de la avenida de Isabel la Católica con la calle Felipe II se llega a la parte de atrás del Pabellón Real, edificio construido con ladrillo y azulejo, de estilo gótico flamígero, que termina con bellos remates de cresterías góticas y dos heraldos de tamaño natural en la portada.
Merece la pena prestar atención a la ordenación de los jardines, donde se pueden ver, entre naranjos, rosales y setos, 16 estatuas de victorias, columnas, escalinatas, juegos de rejería y fábrica en barandas y barcos, un reloj de sol, una bella pavimentación y una pequeñísima glorieta dedicada al quijote, también con hornacinas reservadas para libros. Esta placita sustituye aun proyecto inicial de monumento a Cervantes, con el que soñó el escultor sevillano Lorenzo Coullaut Valera pero que fue desechado por su elevado coste.
Siguiendo en dirección a la salida del paseo de la Palmera, se encuentra, a la derecha, la bella fachada del pabellón mudéjar, que en 1972 cedió parte de sus dependencias para instalar la sede del Museo de Artes y Costumbres Populares.
El edificio estaba ultimado en 1914, año previsto para la inauguración de la Exposición, pero permaneció cerrado hasta que en 1921 se utilizó como hospital de sangre para los heridos en el desastre de la guerra de Marruecos.
El edificio de la izquierda es el pabellón de arte antiguo, un ensayo de arquitectura neorrenacentista construido entre 1911 y 1919, que sirve de Museo Arqueológico. Aquí se encuentra el tesoro tartésico del Carambolo, descubierto en 1958 muy cerca de Sevilla.
La salida de la plaza de América comunica con el paseo de las Delicias, aunque popularmente se conoce como La Palmera, que comienza un poco más adelante. Una y otra se continúan y forman una de las más grandes y bellas vías de la ciudad, que culmina en la carretera de Cádiz.
La mayor parte de los pabellones nacionales, que construyeron los países visitantes de la Exposición Iberoamericana, se concentran entre la confluencia de la avenida de La Palmera con el paseo de las Delicias y el camino de retorno al centro urbano hasta el palacio de San Telmo.
Del centenar de pabellones particulares poco se podrá ver, salvo el de la Casa Domecq. Cabe decir otro tanto de los que construyeron las regiones y provincias españolas.
Sí se conservan, sin embargo, interesantes edificios construidos por los países visitantes y que ahora están habilitados para otros servicios, como el pabellón de Brasil, obra de Pedro Paulo Basto, donado a la ciudad en 1930 y ocupado ahora por las oficinas de la Policía Municipal; el pabellón de México, una espléndida construcción de Manuel Amabilis, inspirada en la arquitectura maya, que destacó por su decorado interior, con esculturas de Leopoldo Tamari y pinturas de Víctor M. de los Reyes; el pabellón de Colombia donde se encuentra la Escuela Naútica de San Telmo, compartiendo este pabellón con el propio consulado de este país. Es una obra del arquitecto sevillano José Granados, con diseño fiel a la líneas del arte precolombino. Destacó por las valiosas colecciones de esmeraldas de las minas de Choco y Muzu, que expuso en Sevilla.
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