Meiji-jingū, el santuario sintoísta más majestuoso de Tokio está dedicado al emperador Meiji Tennō y la emperatriz Shōken. Su reinado [1867-1912] coincidió con el paso a la nación moderna de un Estado feudal y aislacionista. Edificado en 1920, fue destruido durante los ataques aéreos de la Segunda Guerra Mundial y reconstruido en 1958; sin embargo, a diferencia de muchas restauraciones de la posguerra, Meiji-jingū conserva su aire genuino. Ocupa solo una mínima parte de sus extensos jardines boscosos con 120.000 árboles traídos de todo el país.
Las altas torii (puertas) marcan la entrada al santuario y espacio sagrado. La mayor, creada a partir de un ciprés taiwanés de 1500 años, mide 12 metros de altura. Por el camino se ven hileras de decorativos barriles de sake: son obsequios al santuario, y objeto de muchas fotografías.
Al acercarse al santuario principal, la temizuya (tina) queda a la izquierda. El sintoísmo valora la pureza, por lo que los visitantes llevan a cabo un ritual de limpieza. Con el cazo se vierte agua en la mazo izquierda y luego en la derecha, sin dejar que vuelva a caer en la tina. Entonces se llena la izquierda para enjuagarse la boca, y acabar lavándose de nuevo la mano izquierda.
El santuario principal está hecho de ciprés de la región de Kiso, en Nagano. Para realizar la ofrenda tradicional se echa una moneda en la caja - se dice que las de 5 yenes son las que dan más suerte -, se hacen dos reverencias y se dan palmas dos veces; si se desea se reza una oración y se hace otra reverencia. Supuestamente las palmas atraen la atención de los dioses.
Meiji-jingū-gyoen es una zona ajardinada que formó parte de una propiedad feudal. Al pasar a manos imperiales, el propio emperador diseñó el jardín de lirios para complacer a la emperatriz. La entrada está a la derecha, a mitad del sendero del santuario principal.
Takeshita-dōri es el bazar de moda juvenil más famoso de Tokio, donde modernas prendas coexisten con símbolos de varias subculturas. Este callejón es lugar de peregrinaje para adolescentes de todo Japón y puede estar a rebosar.
El pequeño y apacible Museo de Arte Conmemorativo Ukiyo-e Ōta alberga la excelente colección de ukiyo-e (grabados en madera) de Seizo Ōta, antiguo jefe de la Tokio Life Insurance Company. Las exposiciones temáticas de temporada, con obras de maestros como Hokusai y Hiroshige, se recorren en una hora fácilmente.
El Museo Nezu ofrece una impresionante combinación de piezas antiguos y modernas: una célebre colección de antigüedades japonesas, chinas y coreanas en un espacio diseñado por el arquitecto contemporáneo Kengo Kuma. Las exposiciones de temporada exhiben piezas selectas de su amplia colección.
Omote-sandō se diseño como acceso a Meiji-jingū. Hoy es una moderna vía flanqueada por boutiques exclusivas, y una de las mejores zonas de la ciudad para ver arquitectura contemporánea.
Un gran gentío se relaja en Yoyogi-kōen, una gran extensión de hierba, en las cálidas tardes del fin de semana. Además suelen verse jaraneros de todo tipo, desde aficionados al hula-hop a círculos de tambores africanos o un grupo de rockers retro bailando en torno a un radiocasete. Lugar ideal para un picnic, es quizá el único de la capital donde se puede lanzar un frisbee sin temor a herir a alguien.
El Museo Watari de Arte Contemporáneo fue construido en 1990 según el diseño del arquitecto suizo Mario Botta. Hay desde retrospectivas sobre figuras consolidadas como Yayoi Kusuma y Nam June Paik a grafiteros y paisajistas, con exposiciones en calles adyacentes.
Design Festa es el líder de la escena artística autogestionada de Tokio desde hace más de una década. El propio edificio merece una visita. En su interior, una docena de pequeñas galerías se alquilan por días. Además, patrocinan una exposición bianual, de hecho la mayor feria de arte de Asía, en el Tokyo Big Sight.
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