domingo, 24 de marzo de 2019

El Castillo de Santa Catalina (Jaén, España)

En la actualidad, tras la última restauración de sus muros, el castillo presenta una imagen formidable. A él se puede subir en automóvil y también andando aunque la subida es larga, de algo más de un kilómetro, y empinada; a cambio va ofreciendo continuas y muy buenas vistas de la ciudad y sus alrededores. En cualquier caso, la carretera de subida se encuentra en perfectas condiciones. El castillo ofrece, en la actualidad, el aspecto de un gran navío, con la proa situada en la Torre de la Vela y la popa en la del Homenaje. Desde 2002, se ha convertido en un museo interactivo, en el que se va explicando al visitante la historia de la ciudad y del castillo, junto con sus tradiciones.

La entrada al conjunto se realiza actualmente a través de una puerta ojival abocinada. Por aquí se pasa, en primer lugar, a la Torre del Homenaje, colosal baluarte de 40 metros de altura y planta cuadrada, con muy gruesos muros de mampostería, que en las esquinas se refuerza con sillares. Sus cimientos se asientan en un potente roquedo que ocupa la parte más alta del cerro. Consta de tres plantas. La inferior, excavada en la roca, era el almacén de la torre, con acceso directo desde el patio de las armas. Se cubre con cuatro bóvedas de media naranja que apean sobre los muros y sobre un pilar central. 

La visita empieza con un audiovisual en el que se explica detalladamente los orígenes de la ciudad y del castillo, así como las distintas fases por las que este ha ido pasando. Saliendo de este espacio, se atraviesa el patio inferior de armas y se alcanza la Torre de las Troneras, cuyo nombre debía ser el de la Torre de las Letrinas, pues era aquí donde la fortaleza tenía estas. Una leve escalera franquea el paso al Adarve. Desde aquí, pueden contemplarse las excavaciones que están llevando a cabo el patio de armas superior, lugar en el que se han encontrado los cimientos de un molino del siglo XV y los del hospital que construyeron los franceses durante su ocupación. Una serie de paneles explicativos permiten identificar los distintos parajes que desde aquí se contemplan en la lejanía.

Prosiguiendo el camino, el Adarve llega la prisión que habilitaron los franceses en el que había sido almacén de grano durante la época musulmana y los primeros tiempos de la cristiana. Se recorren las celdas y en la última, sorpresivamente, un prisionero real cuenta su experiencia nada agradable durante la ocupación gala. Poco después alcanza la Torre de la Vela, un potente bastión de planta pentagonal, único vestigio de la construcción musulmana. Desde aquí se emitían señales luminosas a otras construcciones militares de las cercanías y se recibían las que estas mandaban. Ahora una pantalla reproduce los tiempos de la ocupación francesa.

Siguiendo ahora por la cara norte se alcanza una primera torre albarrana (separada de la muralla) a la que se entra a través de un vano ojival. En ella, a través de diferentes dispositivos y pantallas táctiles, el visitante tiene la oportunidad de conocer con detalle diversas panorámicas históricas, culturales y sociales de la capital jiennense.

Un poco más adelante hay una segunda torre albarrana, en la que se encuentra la capilla de Santa Catalina de Alejandría que mandó construir el Condestable Lucas de Iranzo para celebra en ella la boda de su hermana, sacrificando de este modo su función estrictamente militar.

El adarve prosigue hasta la llamada Torre de las Damas, en el ángulo norte, que en tiempos antiguos controlaba la entrada principal a la fortaleza. En el interior tiene un salón cubierto con una bóveda de medio cañón, con ventanas ajinezadas ojivales. Aquí se sitúa un museo en el que destacar los restos del palacio musulmán encontrado en el patio de arma.

Siguiendo hacia norte de la muralla  se accede a las estancias superiores de la Torre del Homenaje. Estas salas, dotadas de bellas bóvedas de cañón construidas con ladrillos macizos, constituían la vivienda del alcalde. En la primera se proyecta una película en la que se cuenta la leyenda del lagarto de la Magdalena.

Concluida la visita al castillo, un camino a la derecha de la salida, lleva hasta la Cruz, que Fernando III mandara elevar  en el punto más alto de la ciudad, aunque la que existe actualmente es reciente, del año 1951, cuando fue donada por la familia Balguerías. En ella se grabó poco después el Soneto a la Cruz, del poeta Antonio Amendros Aguilar. Las vistas desde aquí son extraordinarias. Es el único lugar del cerro desde el que se puede divisar la catedral, con una perspectiva asombrosa.

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