El gran centro histórico de Córdoba se localiza en la Mezquita y sus alrededores. Hoy, convertida en catedral tras la conquista cristiana, es el principal legado arquitectónico que dejaron los árabes en la ciudad.
A llegar a un punto de la calle Torrijos, las tiendas de anticuarios y recuerdos y la creciente animación indican que uno se halla ante una de las más grandiosas edificaciones del occidente musulmán y ante uno de los monumentos más asombrosos del mundo, la Mezquita, hoy catedral, simbiosis de estilos y religiones.
La mezquita es el lugar de oración de los musulmanes, en el que también se puede asistir a las predicaciones y lecturas del Corán. Recibía el título de aljama, para distinguirla de otras mezquitas de la ciudad y especificar que todos los viernes al mediodía se reunían en ella para escuchar un sermón -kutba- que glosaba las normas de comportamiento social según las directrices coránicas.
La construcción de la Mezquita-aljama de Córdoba fue iniciada por Abderramán I en el año 785 y, tras las sucesivas ampliaciones de los soberanos Abderramán II, Abderramán III (el patio de las abluciones y sin alminar), Alhakem II y, posteriormente, Almanzor, ocupa en la actualidad una extensión de 23.400 m2, en forma de rectángulo. Conserva 856 columnas -el tópico y con y conocidísimo bosque de columnas- de las 1031 que tenía antes de los derribos que sufrió para que albergara en su interior diversos templos cristianos.
Se accede a la Mezquita por la Puerta de los Deanes, situada frente a la portada del hospital de San Sebastián, una de las cinco puertas de acceso que existen en la calle Torrijos, algunas de la cuales -la Puerta de Palacio, la de San Miguel y la de San Esteban- tienen una decoración califal muy reconstruida. Inmediatamente se encuentra el Patio de los Naranjos, llamado así desde que, tras la reconquista cristiana, se plantaron esas especies frutales en el recinto del patio de las abluciones, al que los musulmanes acudían, antes de introducirse en la sala de oración, con el fin de purificar, simbólicamente, sus cinco sentidos.
Hoy existen más de un centenar de naranjos en el patio, empedrado con guijarros menudos y recorrido por canalillos para el riego. Además de los naranjos, que en los atardeceres de primavera temprana perfuman el recinto con el olor de sus flores de azahar, hay en el patio nueve palmeras, dos cipreses y un olivo. Este último está junto al pilar de una fuente barroca denominada de Santa María o del Caño del Olivo, construida durante la segunda mitad del siglo XVII. La fuente es bastante grande y consta de un gran pilón de piedra grisácea, rematado en las cuatro esquinas por sólidos pilares, uno de los cuales, el más cercano al olivo, ha originado una leyenda popular, conservada en numerosas copias. Según la leyenda, las solteras que deseaban casarse prontamente debían acudir a beber de ese caño para ver sus ilusiones realizadas.
Además de esta fuente hay otra también barroca construida en el año 1752, llamada fuente del Cinamono, pues en otro tiempo había plantado en su cercanía un árbol de dicha especie. Las fuentes del Patio de los Naranjos están acompañadas por tres surtidores de estilo mudéjar y un aljibe del siglo X, conocido como aljibe de Almanzor. El patio está presidido por la torre catedralicia -se volverá sobre ello después de visitar el templo-, y circundado por tres galerías, destinadas a lugar de oración para las mujeres, reformadas en el siglo XVI.
El acceso al templo propiamente dicho se hace en la actualidad por una entrada habilitada justo a la derecha de la Puerta de los Deanes. Al la izquierda de esta entrada,, hasta la Puerta de las Palmas -nombre que recuerda la liturgia del Domingo de Ramos- o Arco de las Bendiciones -debido a que allí se bendecían las banderas de los ejércitos que iba a conquistar Granada-, actualmente cerrada, se observan cuatro grandes arcos sellados por cuatro monumentales celosías de cedro, de época moderna, que aislan el patio del templo y dan idea de la luz que entraba en la Mezquita antes de que se cerrara su perímetro con la construcción de treinta y tres capillas cristianas, casi todas en el siglo XVIII, que fueron adosadas a sus muros.
Delante de las celosías, en la parte interior del edificio, hay un pilar o ara visigoda rematada por una pila de abluciones. La pieza visigoda proviene del templo de San Vicente, ubicado en este mismo lugar, en el que según, algunos testimonios, no corroborados arqueológicamente, existió un templo romano dedicado a Jano o tal vez al Sol.
Dicha iglesia, que tenía categoría de basílica, fue adquirida a los visigodos, tras unas primeras décadas de utilización conjunta, por el emir Abderramán I, que emprendió así la construcción de la Mezquita-alijama, utilizando elementos arquitectónicos del edificio cristiano. La quibla -pared en la que se sitúa el mihrab- no respeta la prescripción coránica de estar orientada hacia La Meca. Esta extraña circunstancia ha sido explicada como un error de cálculo -versión que parece poco probable-. o como la rebeldía de un príncipe omeya sumamente independiente. Tal vez lo más acertado sea pensar que la desviación estuvo determinada por el aprovechamiento del perímetro que ocupaba la basílica visigoda.
Si desde el acceso se cuentan cinco capillas a la derecha y se prolonga la pared del coro catedralicio que está frente a dichas capillas, es posible hacerse una idea de la superficie que ocupaba la primera mezquita construida por Abderramán I. En esta parte, la Mezquita conserva todas las columnas originales, que son un auténtico museo de fustes y capiteles de las más variadas procedencias -algunos llegaron incluso de Constantinopla-, materiales, grosor, alturas y relieves. Lo que sí presenta una morfología repetida son los arcos dobles que parecen inspirados en los de los acueductos romanos: los superiores son de medio punto y los inferiores de herradura. En resumen, se está ante arcos de procedencia visigoda, construidos con materiales de inspiración romana: ladrillos rojizos y amarillenta piedra calcárea, que producen un peculiar efecto bicromático. El suelo de mármol, con diferentes planos para poder salvar la altura desigual de las columnas, se colocó en el siglo XIX. En la época musulmana debió de ser tierra apisonada recubierta con alfombras. La decoración de la techumbre es semejante al artesonado de la nave central. Si se avanza por dicha nave detenerse ante el muro del trascoro, se llega hasta la ampliación ordenada por Abderramán II. Es la parte más destruida del templo islámico, pues en ella se construyó la actual catedral cristiana, cuya visita se puede iniciar en este momento. Comenzó a edificarse en 1523 y finalizaron las obras en el año 1617. Intervinieron como arquitectos los dos Hernán Ruiz (el Viejo y el Mozo), Juan de Ochoa (para quien recientemente se ha reivindicado la paternidad del proyecto) y el vallisoletano Diego de Praves.
Sin pretender entrar en la polémica sobre las razones o conveniencia de la destrucción de una parte del legado árabe para levantar un templo cristiano, lo cierto es que el día 4 de mayo del año 1523 el corregidor don Luis de la Cerda promulgó un bando en el que amenazaba con la pena de muerte a quien demoliera una sola columna de la Mezquita. El entonces obispo, Alonso Manrique, sin contar, según parece, con el consentimiento del cabildo catedralicio, respondió a la amenazas del corregidor cursando su inmediata excomunión. El enfrentamiento duró hasta que Carlos I resolvió el pleito a favor de la iglesia, decisión de la que, posteriormente, se arrepintió.
La catedral en cuestión es un templo con notables aciertos y algunas singularidades destacables , a la cabeza de las cuales hay que situar la espléndida sillería del coro, obra maestra, en caoba de Indias, del escultor Pedro Duque Comejo. Los motivos ornamentales desarrollados en las dos filas de asientos son una variedad indescriptible: en ellos se alternan los motivos bíblicos, las escenas de la vida de la Virgen María y las figuras de los mártires cordobeses, entre una profusión de guirnaldas y parafernalia barroca. La sillería es la obra maestra, portentosa, de un magnífico imaginero que resiste todas las comparaciones. También son singulares los dos púlpitos tallados por Michel de Verdiguier, completados con el simbolismo en mármol de los cuatro evangelistas, y la enorme lámpara de doscientos kilogramos que pende de la bóveda del presbiterio, realizada en el año 1629 por el platero Martín Sánchez de la Cruz.
El retablo es de estilo renacentista. Lo realizó con mármoles de Carcabuey el jesuita Alonso Matías y en él pueden verse cuatro cuadros, con motivos religiosos, debidos al pincel de Antonio Palomino, y un templete con la imagen de la Virgen de Villaviciosa. Los órganos que aparecen sobre el coro son de procedencia italiana.
Regresando a la anterior posición en el trascoro, se puede proseguir la andadura por la nave central y se llega ante unos arcos polilobulados de gran riqueza. Es la capilla de Villaviciosa, ante la que se abre la catedral cristiana primitiva. Detrás está situada la Capilla Real, y delante, la frente, el mihrab. Ésta es la ampliación de Alhakem II, efectuada en el momento más esplendoroso del califato.
La capilla de Villaviciosa, a la que se accede a través de dos columnas de alabastro de procedencia romana, fue construida en tiempos del obispo do Íñigo Manrique, en 1489. Para ello se demolieron dos filas de columnas y un lucemario -que fue sustituido por una techumbre de artesonado gótico, sostenida por arcos a puntados-, y se labró un rosetón. El suelo está profusamente ocupado por enterramientos del alto clero y la nobleza. En el muro que la separa de la capilla Real, también llamada Trastámara, estuvo la Virgen de Villaviciosa, hoy instalada en le altar mayor de la catedral.
La capilla Real se construyó en 1258 y fue decorada con yesería mudéjar que recuerda al arte granadino nazarí. Ordenó su realización Alfonso X, para que le sirviera de sepultura. Al no poder cumplirse tal propósito, se usó como sacristía de la capilla de Villaviciosa y como lugar de enterramiento de su hijo. Alfonso XI y de su nieto Fernando IV. Ambos permanecieron sepultados en ella hasta que, en el primer tercio del siglo XVIII, se trasladaron sus restos a la colegiata de San Hipólito, donde permanecen actualmente.
Al frente, en el muro de la quibla, cerramiento sur de la Mezquita, se encuentra el mihrab, nicho reducido de forma octogonal, con zócalos de mármol de profusa ornamentación vegetal que reproducen símbolos y alegorías de la prosperidad y el árbol de la vida, según la tradición sasánida. En el techo hay una bella venera en yeso.
En el muro de la entrada puede admirarse un mosaico de características singulares, regalo que hizo el emperador de constantinopla, Nicéforo Focas, a Alhaken II. Está realizado con polvo de vidrio y entre sus tonalidades predominan las doradas y azules; utilizando la técnica de tapiz, reproduce un mundo vegetal en el que aparecen cenefas con versículos del Corán. Para encontrar algo semejante hemos de trasladarnos al templo de Santa Sofía en Estambul. Su parte inferior fue restaurada minuciosamente a principios del siglo XIX. La cúpula de la antesala del mihrab también está revestida de mosaicos bizantinos. Los mosaicos de las puertas existentes a derecha e izquierda del mihrab muestra una policromía más atenuada y son reproducciones de los mosaicos originarios.
Siguiendo el muro de la quibla, por la izquierda, se llega a la más monumental y amplia de todas las capillas cristianas de la catedral, que es la sacristía. Fue construida en el año 1703, por el cardenal obispo de Córdoba, el mercedario fray Pedro de Salazar que, además, dio su nombre al recinto. También se la conoce como capilla de Santa Teresa, pues está presidida por una imagen de la santa abulense debida a la gubia del granadino José de Mora. En el centro de esta capilla, sobre un templete neobarroco moderno, labrado en 1991 por Miguel Arjona Navarro, se encuentra una asombrosa custodia de plata cincelada y dorada, obra gótica del artífice alemán Enrique de Arfeque la talló entre 1514 y 1518. Es de estilo gótico flamígero, con algunos adonors barrocos que se le añadieron en el siglo XVIII, tiene forma de torre y dos metros de la ciudad. Frente a ella, a la derecha del acceso a la capilla, está emplazada la sepultura del cardenal Salazar, presidida por su estatua orante. En los muros se pueden ver tres cuartos del pintor Antonio Acisclo Palomino que representan otros tres monumentos importantes de la ciudad; el martirio de los santos patrones Acisclo y Victoria, la rendición ante San Fernando y la aparición de San Rafael el venerable Padre Roelas. Por una puerta lateral se llega a las dependencias que guardan el tesoro catedralicio, en el que destacan, por encima de cálices, acetres, relicarios de plata cincelada y copones, un crucifijo realizado en marfil y atribuido a Alonso Cano, y dos imágenes en plata -San Rafael y la Virgen de la Candelaria- debidas al gran orfebre cordobés del siglo XVIII Damián de Castro.
La última ampliación de la Mezquita realizada por el ministro Almanzor, quien, ante la imposibilidad de ampliarla hacia el sur, por imperdírselo el río, y hacia el oeste por imposibilitarlo el palacio califal, lo hizo hacia levante, añadiéndole ocho naves, más de la mitad de la superficie total del templo. Por esto, el mihrab no se encuentra en el centro del muro de la quibla, lo normal en las mezquitas. Quizá es ésta la parte más sobria de la Mezquita, sus columnas, todas iguales fueron labradas en Córdoba.
Cuando Fernando III tomó la ciudad, en 1236, no modificó la Mezquita, y el obispo de Osma, que hacía las funciones del arzobispo de Toledo, se limitó a consagrar el templo reconquistado a Santa María de la Mayor y a colocar, sobre el alminar de Abderramán III, una cruz cristiana. El papa Gregorio IX celebró vivamente este hecho. Sería en tiempos de Alfonso X cuando, en la parte de la Mezquita que fue ampliada por Almanzor, se construyó la capilla de San Clemente, el primer templo cristiano edificado dentro del recinto musulmán, del que sólo se conserva una portada.
Para finalizar la visita de la Mezquita, sería preciso detenerse en la capilla del Sagrario, situada en el ángulo que forman el muro sur y el muro de levante, en donde pueden admirarse las pinturas al fresco que realizó el artista italiano César de Arbasía.
A continuación se vuelve a salir del Orado de los Naranjos, y se atraviesa, camino de la torre catedralicia. Esta torre campanario fue edificada recubriendo el alminar mandado construir en el año 957 por Abderramán III, que sustituía a otro de Hixem I, del que se conserva el trazado de la planta. En 1593 empezaron las obras de la torre cristiana, costeadas por el cabildo y encargadas a Hernán Ruiz, el Mozo. Pero en el siglo XVII, para dotar de mayor solidez a la torre, se decidió forrar con piedra el alminar y añadir dos nuevos cuerpos. El último de ellos está rematado por una cúpula que luce una imagen de San Rafael en la cimera, colocada en el año 1664.
Ascendiendo la escalinata se llega a la Puerta del Perdón, llamada así por en este lugar, y en días señalados, el cabildo condonaba las deudas a sus acreedores; tiene un zaguán en el que alternan diversos estilos arquitectónicos y pinturas al fresco, de Antonio del Castillo, pintor que vivió en el siglo XVII.
Se accede a la Mezquita por la Puerta de los Deanes, situada frente a la portada del hospital de San Sebastián, una de las cinco puertas de acceso que existen en la calle Torrijos, algunas de la cuales -la Puerta de Palacio, la de San Miguel y la de San Esteban- tienen una decoración califal muy reconstruida. Inmediatamente se encuentra el Patio de los Naranjos, llamado así desde que, tras la reconquista cristiana, se plantaron esas especies frutales en el recinto del patio de las abluciones, al que los musulmanes acudían, antes de introducirse en la sala de oración, con el fin de purificar, simbólicamente, sus cinco sentidos.
Hoy existen más de un centenar de naranjos en el patio, empedrado con guijarros menudos y recorrido por canalillos para el riego. Además de los naranjos, que en los atardeceres de primavera temprana perfuman el recinto con el olor de sus flores de azahar, hay en el patio nueve palmeras, dos cipreses y un olivo. Este último está junto al pilar de una fuente barroca denominada de Santa María o del Caño del Olivo, construida durante la segunda mitad del siglo XVII. La fuente es bastante grande y consta de un gran pilón de piedra grisácea, rematado en las cuatro esquinas por sólidos pilares, uno de los cuales, el más cercano al olivo, ha originado una leyenda popular, conservada en numerosas copias. Según la leyenda, las solteras que deseaban casarse prontamente debían acudir a beber de ese caño para ver sus ilusiones realizadas.
Además de esta fuente hay otra también barroca construida en el año 1752, llamada fuente del Cinamono, pues en otro tiempo había plantado en su cercanía un árbol de dicha especie. Las fuentes del Patio de los Naranjos están acompañadas por tres surtidores de estilo mudéjar y un aljibe del siglo X, conocido como aljibe de Almanzor. El patio está presidido por la torre catedralicia -se volverá sobre ello después de visitar el templo-, y circundado por tres galerías, destinadas a lugar de oración para las mujeres, reformadas en el siglo XVI.
El acceso al templo propiamente dicho se hace en la actualidad por una entrada habilitada justo a la derecha de la Puerta de los Deanes. Al la izquierda de esta entrada,, hasta la Puerta de las Palmas -nombre que recuerda la liturgia del Domingo de Ramos- o Arco de las Bendiciones -debido a que allí se bendecían las banderas de los ejércitos que iba a conquistar Granada-, actualmente cerrada, se observan cuatro grandes arcos sellados por cuatro monumentales celosías de cedro, de época moderna, que aislan el patio del templo y dan idea de la luz que entraba en la Mezquita antes de que se cerrara su perímetro con la construcción de treinta y tres capillas cristianas, casi todas en el siglo XVIII, que fueron adosadas a sus muros.
Delante de las celosías, en la parte interior del edificio, hay un pilar o ara visigoda rematada por una pila de abluciones. La pieza visigoda proviene del templo de San Vicente, ubicado en este mismo lugar, en el que según, algunos testimonios, no corroborados arqueológicamente, existió un templo romano dedicado a Jano o tal vez al Sol.
Dicha iglesia, que tenía categoría de basílica, fue adquirida a los visigodos, tras unas primeras décadas de utilización conjunta, por el emir Abderramán I, que emprendió así la construcción de la Mezquita-alijama, utilizando elementos arquitectónicos del edificio cristiano. La quibla -pared en la que se sitúa el mihrab- no respeta la prescripción coránica de estar orientada hacia La Meca. Esta extraña circunstancia ha sido explicada como un error de cálculo -versión que parece poco probable-. o como la rebeldía de un príncipe omeya sumamente independiente. Tal vez lo más acertado sea pensar que la desviación estuvo determinada por el aprovechamiento del perímetro que ocupaba la basílica visigoda.
Si desde el acceso se cuentan cinco capillas a la derecha y se prolonga la pared del coro catedralicio que está frente a dichas capillas, es posible hacerse una idea de la superficie que ocupaba la primera mezquita construida por Abderramán I. En esta parte, la Mezquita conserva todas las columnas originales, que son un auténtico museo de fustes y capiteles de las más variadas procedencias -algunos llegaron incluso de Constantinopla-, materiales, grosor, alturas y relieves. Lo que sí presenta una morfología repetida son los arcos dobles que parecen inspirados en los de los acueductos romanos: los superiores son de medio punto y los inferiores de herradura. En resumen, se está ante arcos de procedencia visigoda, construidos con materiales de inspiración romana: ladrillos rojizos y amarillenta piedra calcárea, que producen un peculiar efecto bicromático. El suelo de mármol, con diferentes planos para poder salvar la altura desigual de las columnas, se colocó en el siglo XIX. En la época musulmana debió de ser tierra apisonada recubierta con alfombras. La decoración de la techumbre es semejante al artesonado de la nave central. Si se avanza por dicha nave detenerse ante el muro del trascoro, se llega hasta la ampliación ordenada por Abderramán II. Es la parte más destruida del templo islámico, pues en ella se construyó la actual catedral cristiana, cuya visita se puede iniciar en este momento. Comenzó a edificarse en 1523 y finalizaron las obras en el año 1617. Intervinieron como arquitectos los dos Hernán Ruiz (el Viejo y el Mozo), Juan de Ochoa (para quien recientemente se ha reivindicado la paternidad del proyecto) y el vallisoletano Diego de Praves.
Sin pretender entrar en la polémica sobre las razones o conveniencia de la destrucción de una parte del legado árabe para levantar un templo cristiano, lo cierto es que el día 4 de mayo del año 1523 el corregidor don Luis de la Cerda promulgó un bando en el que amenazaba con la pena de muerte a quien demoliera una sola columna de la Mezquita. El entonces obispo, Alonso Manrique, sin contar, según parece, con el consentimiento del cabildo catedralicio, respondió a la amenazas del corregidor cursando su inmediata excomunión. El enfrentamiento duró hasta que Carlos I resolvió el pleito a favor de la iglesia, decisión de la que, posteriormente, se arrepintió.
La catedral en cuestión es un templo con notables aciertos y algunas singularidades destacables , a la cabeza de las cuales hay que situar la espléndida sillería del coro, obra maestra, en caoba de Indias, del escultor Pedro Duque Comejo. Los motivos ornamentales desarrollados en las dos filas de asientos son una variedad indescriptible: en ellos se alternan los motivos bíblicos, las escenas de la vida de la Virgen María y las figuras de los mártires cordobeses, entre una profusión de guirnaldas y parafernalia barroca. La sillería es la obra maestra, portentosa, de un magnífico imaginero que resiste todas las comparaciones. También son singulares los dos púlpitos tallados por Michel de Verdiguier, completados con el simbolismo en mármol de los cuatro evangelistas, y la enorme lámpara de doscientos kilogramos que pende de la bóveda del presbiterio, realizada en el año 1629 por el platero Martín Sánchez de la Cruz.
El retablo es de estilo renacentista. Lo realizó con mármoles de Carcabuey el jesuita Alonso Matías y en él pueden verse cuatro cuadros, con motivos religiosos, debidos al pincel de Antonio Palomino, y un templete con la imagen de la Virgen de Villaviciosa. Los órganos que aparecen sobre el coro son de procedencia italiana.
Regresando a la anterior posición en el trascoro, se puede proseguir la andadura por la nave central y se llega ante unos arcos polilobulados de gran riqueza. Es la capilla de Villaviciosa, ante la que se abre la catedral cristiana primitiva. Detrás está situada la Capilla Real, y delante, la frente, el mihrab. Ésta es la ampliación de Alhakem II, efectuada en el momento más esplendoroso del califato.
La capilla de Villaviciosa, a la que se accede a través de dos columnas de alabastro de procedencia romana, fue construida en tiempos del obispo do Íñigo Manrique, en 1489. Para ello se demolieron dos filas de columnas y un lucemario -que fue sustituido por una techumbre de artesonado gótico, sostenida por arcos a puntados-, y se labró un rosetón. El suelo está profusamente ocupado por enterramientos del alto clero y la nobleza. En el muro que la separa de la capilla Real, también llamada Trastámara, estuvo la Virgen de Villaviciosa, hoy instalada en le altar mayor de la catedral.
La capilla Real se construyó en 1258 y fue decorada con yesería mudéjar que recuerda al arte granadino nazarí. Ordenó su realización Alfonso X, para que le sirviera de sepultura. Al no poder cumplirse tal propósito, se usó como sacristía de la capilla de Villaviciosa y como lugar de enterramiento de su hijo. Alfonso XI y de su nieto Fernando IV. Ambos permanecieron sepultados en ella hasta que, en el primer tercio del siglo XVIII, se trasladaron sus restos a la colegiata de San Hipólito, donde permanecen actualmente.
Al frente, en el muro de la quibla, cerramiento sur de la Mezquita, se encuentra el mihrab, nicho reducido de forma octogonal, con zócalos de mármol de profusa ornamentación vegetal que reproducen símbolos y alegorías de la prosperidad y el árbol de la vida, según la tradición sasánida. En el techo hay una bella venera en yeso.
En el muro de la entrada puede admirarse un mosaico de características singulares, regalo que hizo el emperador de constantinopla, Nicéforo Focas, a Alhaken II. Está realizado con polvo de vidrio y entre sus tonalidades predominan las doradas y azules; utilizando la técnica de tapiz, reproduce un mundo vegetal en el que aparecen cenefas con versículos del Corán. Para encontrar algo semejante hemos de trasladarnos al templo de Santa Sofía en Estambul. Su parte inferior fue restaurada minuciosamente a principios del siglo XIX. La cúpula de la antesala del mihrab también está revestida de mosaicos bizantinos. Los mosaicos de las puertas existentes a derecha e izquierda del mihrab muestra una policromía más atenuada y son reproducciones de los mosaicos originarios.
Siguiendo el muro de la quibla, por la izquierda, se llega a la más monumental y amplia de todas las capillas cristianas de la catedral, que es la sacristía. Fue construida en el año 1703, por el cardenal obispo de Córdoba, el mercedario fray Pedro de Salazar que, además, dio su nombre al recinto. También se la conoce como capilla de Santa Teresa, pues está presidida por una imagen de la santa abulense debida a la gubia del granadino José de Mora. En el centro de esta capilla, sobre un templete neobarroco moderno, labrado en 1991 por Miguel Arjona Navarro, se encuentra una asombrosa custodia de plata cincelada y dorada, obra gótica del artífice alemán Enrique de Arfeque la talló entre 1514 y 1518. Es de estilo gótico flamígero, con algunos adonors barrocos que se le añadieron en el siglo XVIII, tiene forma de torre y dos metros de la ciudad. Frente a ella, a la derecha del acceso a la capilla, está emplazada la sepultura del cardenal Salazar, presidida por su estatua orante. En los muros se pueden ver tres cuartos del pintor Antonio Acisclo Palomino que representan otros tres monumentos importantes de la ciudad; el martirio de los santos patrones Acisclo y Victoria, la rendición ante San Fernando y la aparición de San Rafael el venerable Padre Roelas. Por una puerta lateral se llega a las dependencias que guardan el tesoro catedralicio, en el que destacan, por encima de cálices, acetres, relicarios de plata cincelada y copones, un crucifijo realizado en marfil y atribuido a Alonso Cano, y dos imágenes en plata -San Rafael y la Virgen de la Candelaria- debidas al gran orfebre cordobés del siglo XVIII Damián de Castro.
La última ampliación de la Mezquita realizada por el ministro Almanzor, quien, ante la imposibilidad de ampliarla hacia el sur, por imperdírselo el río, y hacia el oeste por imposibilitarlo el palacio califal, lo hizo hacia levante, añadiéndole ocho naves, más de la mitad de la superficie total del templo. Por esto, el mihrab no se encuentra en el centro del muro de la quibla, lo normal en las mezquitas. Quizá es ésta la parte más sobria de la Mezquita, sus columnas, todas iguales fueron labradas en Córdoba.
Cuando Fernando III tomó la ciudad, en 1236, no modificó la Mezquita, y el obispo de Osma, que hacía las funciones del arzobispo de Toledo, se limitó a consagrar el templo reconquistado a Santa María de la Mayor y a colocar, sobre el alminar de Abderramán III, una cruz cristiana. El papa Gregorio IX celebró vivamente este hecho. Sería en tiempos de Alfonso X cuando, en la parte de la Mezquita que fue ampliada por Almanzor, se construyó la capilla de San Clemente, el primer templo cristiano edificado dentro del recinto musulmán, del que sólo se conserva una portada.
Para finalizar la visita de la Mezquita, sería preciso detenerse en la capilla del Sagrario, situada en el ángulo que forman el muro sur y el muro de levante, en donde pueden admirarse las pinturas al fresco que realizó el artista italiano César de Arbasía.
A continuación se vuelve a salir del Orado de los Naranjos, y se atraviesa, camino de la torre catedralicia. Esta torre campanario fue edificada recubriendo el alminar mandado construir en el año 957 por Abderramán III, que sustituía a otro de Hixem I, del que se conserva el trazado de la planta. En 1593 empezaron las obras de la torre cristiana, costeadas por el cabildo y encargadas a Hernán Ruiz, el Mozo. Pero en el siglo XVII, para dotar de mayor solidez a la torre, se decidió forrar con piedra el alminar y añadir dos nuevos cuerpos. El último de ellos está rematado por una cúpula que luce una imagen de San Rafael en la cimera, colocada en el año 1664.
Ascendiendo la escalinata se llega a la Puerta del Perdón, llamada así por en este lugar, y en días señalados, el cabildo condonaba las deudas a sus acreedores; tiene un zaguán en el que alternan diversos estilos arquitectónicos y pinturas al fresco, de Antonio del Castillo, pintor que vivió en el siglo XVII.
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