El lugar es un soberbio yacimiento arqueológico en el que, tras largos años de excavaciones, se está rescatando de su secular ruina la ciudad palaciega que mandó levantar el caudillo Abderramán III, al pie del monte de al-Arus, o de la Desposada en el año 936.
La construcción se prologó durante 25 años, hasta el fin de su vida. Posteriormente su hijo, Alhakem II, llevó a cabo importantes reformas.
Cuando hablan de Medina Azahara, los cronistas árabes echan a volar la fantasía y dan cifras difíciles de creer, como que en ella trabajaron 10.000 operarios y 2.600 acémilas, que se emplearon 4.300 columnas, que había 15.000 puertas... Lo verdaderamente cierto es que no se escatimó la cantidad de los materiales empleados -como mármoles de Carcago y de Almería, marfil y ébano, hierro y cobre, oro y plata- ni el concurso de los mejores arquitectos, que vinieron de Bagdad y Constantinopla. Aquella fastuosa ciudad, que parecía escapada de Las mil y una noches, fue flor de un día, pues en 10410 las tropas beréberes de Sulayman al Mustain asaltaron e incendiaron la extraordinaria ciudad.
En los siglos posteriores, tan hermoso recinto sufrió el expolio sistemático de los constructores de iglesias y palacios, que se llevaron sillares, columnas y capiteles por doquier. Por fortuna, despreciaron los atauriques que recubrían las paredes, lo cual está permitiendo la restauración de la ciudad. El arquitecto Velázquez Bosco inició 1911 la excavación arqueológica del recinto, que ha proseguido hasta hoy en diversas etapas; la más fecundada de ellas fue la dirigida por Félix Hernández Giménez.
La construcción de la ciudad palatina en la falda de un monte obligó a organizarla en terrazas escalonadas. En la superior se levanta el Alcázar, la zona en la que se centran las excavaciones; comprende los palacios del califa y su corte, entre ellos, las casas de Chafar, del Príncipe y del Ejército, con un pórtico contiguo desde el que se podían presenciar las paradas militares.
La terraza intermedia comprendía jardines y salones de recepción, entre los que destaca el llamado salón Rico, cuya restauración permite apreciar su riqueza decorativa; se trata de un salón de tres naves, abiertas a un pórtico transversal de entrada. Llaman la atención las columnas de mármoles azules y rojos, con capiteles califales o de avispero esculpidos en mármol;los arcos de herradura con dovelas finamente decoradas, y, sobre todo, los altos zócalos revestidos de tableros de piedra, labrados con densos motivos vegetales.
Finalmente, la tercera terraza comprende la mezquita y las edificaciones de la ciudad propiamente dicha. El recinto amurallado de la ciudad medía 1500 metros de este a oeste, por 750 metros de norte a sur, lo que representa una superficie de 1.125 hectáreas, de las que 45 corresponden al alcázar real y el resto a la ciudad. La zona excavada hasta ahora corresponde a la parte central del alcázar y supone poco más del 10% de todo el conjunto, que aún guarda muchos secretos bajo tierra.
En octubre de 2009 se inauguró el Centro de Interpretación y Recepción de Visitantes, ubicado en la carretera de acceso a la ciudad palatina desde la Palma del Río, lugar desde el que a partir de entonces se realiza la visita. Este centro de interpretación es un formidable edificio de tres plantas construidas hacia abajo, de modo que queda completamente mimetizado en el terreno. Cuenta con un amplio aparcamiento para vehículos; cuenta también con cafetería y área de descanso, así como un amplio salón de actos en el que se proyectan audiovisuales explicativos del monumento, con una sala de exposiciones, tienda con libros y artículos relacionados con la ciudad palatina, almacenes de materiales y talleres de restauración visitables, y , sobre todo, con un museo repartido por varias salas en el que se exponen objetos pertenecientes al yacimiento o emparentados con él y la Córdoba califal. Desde este centro, un autobús lleva a los visitantes a la entrada propia mente dicha a la ciudad, situada en la parte más alta de la misma.
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