En estos años atrás, durante el puente de diciembre, mi pareja y yo solemos ir a una provincia de Andalucía (Cádiz, Málaga, Granada) y recorrer cada rincón para conocerlo bien. Este año no iba a ser menos, así que nos fuimos a Córdoba.
Como fuimos muchos días, nos dio tiempo a ver la ciudad muy, pero que muy relajadamente en 4 días (así lo dividiré para contároslo) y también algunos pueblos que os iré contando a lo largo de las próximas entradas del blog.
Para ir al centro desde el hotel (estaba a las afueras), lo hacíamos en un autobús ya que es complicado aparcar el coche. Y esa es mi recomendación porque está muy bien.
Nuestra primera parada fue en la Puerta de Almodóvar, construida posiblemente durante el siglo XIV, aunque fue restaurada en el XIX. Delante de ella, aparece una estatua en bronce de Séneca.
La puerta, de origen árabe, da entrada al barrio de la judería, auténtico dédalo de callejuelas estrechas y tortuosas, con rincones y placitas inolvidables, que rememoran el ambiente de aquella época en la que las culturas árabe, judía y cristina convivieron en armonía.
En la Calleja de las Flores sin salida hay varias tiendas en las que se puede adquirir artesanía tradicional especialmente la que trabaja el cuero repujado (cordobanes y guadamecíes) una placita que muestra el encuadre más reproducido y conocido de la torre de la Mezquita.
Al final de la calle de la Encarnación se encuentra el convento cisterciense que le da nombre. Se trata de un convento de monjas de clausura perteneciente a la Orden cisterciense, fundado en 1503. Además del precioso patio de sabor mudéjar, puede visitarse la iglesia barroca y con notable retablo mayor. Para ello basta con solicitarlo en la portería y la hermana sacristana la muestra con gran entusiasmo.
Bajando por la calle Rey Herendía hasta su confluencia con la del Horno del Cristo y adentrándose por esta calle, se llega a la bella y silenciosa plaza de Jerónimo Páez, habitualmente solitaria y acogedora, así llamada por el palacio que la preside. En este edificio renacentista, de sólida belleza, declarado Monumento Histórico Artístico en 1962, se encuentra instalado desde el año 1965 el Museo Arqueológico, cuyos patios son un remanso de luz y de paz.
Este museo de arqueología, el segundo en importancia de España, merece una atenta visita tanto por la calidad de las piezas que alberga como por el esmero de su clasificación y el logrado entorno en que se muestran.
Descendiendo por la calle Romero de Torres, y después de pasar bajo el arco del Portillo, que fue abierto en la muralla interior de la ciudad que dividía la Ajerquía y la Medina -barrios bajos y barrios altos-, se encuentra la calle San Fernando, antiguamente de la Feria, que era el centro comercial de la ciudad durante el siglo XIX. Hacia la mitad de la calle hay una fuente adosada que data del siglo XVIII. Se atraviesa la calle y flanqueando un nuevo arco se halla el compás de San Francisco, plazuela que sirve de pórtico a la iglesia del mismo nombre. A la derecha puede contemplarse un pequeño jardín y una fuente con azulejos que reproducen -éste es el barrio de los plateros- La Virgen de los Plateros, óleo de Valdés Leal.
Yendo por la calle San Francisco, la primera a la izquierda, bajando hacia el río, hay que visitar la casa que tiene el número 6. Es una típica taberna cordobesa fundada en 1872, la decena de las que regenta la Sociedad de Plateros. Su primitiva función fue socorrer, con sus beneficios, a los plateros pobres o con mala fortuna. El patio, con cubierta encristalada y macetas de aspidistras, está rodeado por un bello claustro en el que se distribuyen veladores de hierro fundido y tapas de mármol; el mobiliario clásico de las tabernas de Córdoba. Las excelentes soleras montillanas que se sirven, así como las exquisitas tapas, merecen una breve parada.
Una vez dejada la taberna por la puerta que da a la calle Romero Barros, inmediatamente se está en el lugar más cervantino de la ciudad; la Plaza del Potro. En el centro hay una fuente de gran fama que, desde, 1577, da nombre a la plaza. En esa fecha fue construida cuando era corregido García Suárez de Carvajal. Parece ser que la enorme popularidad de esta fuente consiguió que una antigua posada existente en la plaza cambiara de nombre y se llamara desde entonces posada del Potro. Esta posada ya estaba abierta en 1435 y aparece en El Quijote. Durante los siglos XVI y XVII, fue punto de encuentro de la truhanería andaluza. En la actualidad se ubica en ella la Casa del Flamenco, en la que se organizan exposiciones y actividades dedicadas a esta rama tan importante de la cultura andaluza y cordobesa.
Al fondo, en la perspectiva que se abre al río, se alza un nuevo triunfo con San Rafael en lo alto de la columna.Cercano al lugar, en las primeras casas de la calle Lineros, existe un restaurante, decorado con minuciosidad, que merece la pena visitar: Bodegas Campos.
Pero sobretodo, se hace imprescindible detenerse en los dos museos instalados en la plaza del Potro: el de Bellas Artes y el del pintor Julio Romero de Torres.
Concluida la visita a ambos museos, se toma la calle de Armas y, tras cruzar la plaza de la Cañas, se alcanza la de la Corredera. Es ésta una de las plazas más características de Córdoba,.. En su género es única en Andalucía. Se ha dicho, no sin rigor, que puede formar trilogía con las plazas mayores de Madrid y de Salamanca. Su construcción como plaza unitaria data de finales del siglo XVII y fue realizada por el corregidor don Francisco Ronquillo Briceño. La obra se llevó a cabo con el fin de que la ciudad poseyese un lugar adecuada para celebrar conmemoraciones y espectáculos. En su recinto, firmado por una arquería de soportales apoyados en robustos pilares, se han organizado mascaradas, autos de fe de la inquisición, con condena y muerte de los reos, juegos de cañas y, en suma, los más variados espectáculos, entre los que sobresalían las corridas de toros, que eran presididas desde el balcón de la Cárcel Nueva, edificio de estructura distinta, que luego sería fábrica de sombreros y hoy ubica un mercado y un centro cívico. Al lateral de levante, desemboca todavía hoy la calleja llamada del Toril, que formó parte de los antiguos toriles de la plaza.
La plaza de las Tendillas constituye el corazón de la ciudad, al que la vitalidad de los barrios periféricos y los nuevos ensanches van restándole protagonismo, aunque todavía sigue siendo el punto de encuentro y referencia urbana para los forasteros. En 1927 surgió, de una importante reforma, la actual plaza, que tuvo ya en la época romana el carácter de lugar principal de la capital de la Bética, y a la que algunos llamaron la Roma andaluza.
La mayoría de los edificios que la delimitan conserva el sello del tiempo de su apertura. En el centro de la plaza destaca una estatua ecuestre que representa a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, realizada en bronce por el escultor Mateo Inurria. El dato más curioso en relación esta estatua lo constituye la cabeza del Gran Capitán esculpida en mármol blanco, que reproduce la del mítico torero Lagartijo.
Tomando la calle García Lovera, se atraviesa la de Claudio Marcelo y, por Conde Cárdenas, se llega a la plaza de la Compañía. Perviven en esta plaza los más variados estilos: la iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos conocida por Compañía por su anterior pertenencia a los jesuitas; fue construida en el siglo XVI por el hermano Matías Alonso, discípulo del escurialense Herrera. El templo es de cruz latina con cúpula y linterna de estilo renacentista y tiene un retablo barroco, de gran calidad artística, realizado en en el año 1727 por Teodosio Sánchez de Rueda.
Lindante con la iglesia, el colegio de Santa Catalina, también llamado de la Compañía, en donde se puede admirar una de las más hermosas escaleras barrocas de España. Frente a él, en un edificio recientemente restaurado, tiene su sede el Archivo Histórico Provincial.
Al fondo de la plaza, cerrando la perspectiva, se encuentra la iglesia de Santa Victoria, de estilo neoclásico, anexa al colegio de igual nombre, que recuerda al panteón romano de Agripa. Santa Victoria es la iglesia cordobesa que presenta un estilo arquitectónico menos contaminado. Se comenzó a edificar en el año 1761 bajo la dirección del arquitecto francés Baltasar Dreveton; pero al desplomarse la cúpula en 1722, continuó el templo hasta su terminación fechada en 1778, el arquitecto Ventura Rodríguez.
Descendiendo por la calle Romero de Torres, y después de pasar bajo el arco del Portillo, que fue abierto en la muralla interior de la ciudad que dividía la Ajerquía y la Medina -barrios bajos y barrios altos-, se encuentra la calle San Fernando, antiguamente de la Feria, que era el centro comercial de la ciudad durante el siglo XIX. Hacia la mitad de la calle hay una fuente adosada que data del siglo XVIII. Se atraviesa la calle y flanqueando un nuevo arco se halla el compás de San Francisco, plazuela que sirve de pórtico a la iglesia del mismo nombre. A la derecha puede contemplarse un pequeño jardín y una fuente con azulejos que reproducen -éste es el barrio de los plateros- La Virgen de los Plateros, óleo de Valdés Leal.
Yendo por la calle San Francisco, la primera a la izquierda, bajando hacia el río, hay que visitar la casa que tiene el número 6. Es una típica taberna cordobesa fundada en 1872, la decena de las que regenta la Sociedad de Plateros. Su primitiva función fue socorrer, con sus beneficios, a los plateros pobres o con mala fortuna. El patio, con cubierta encristalada y macetas de aspidistras, está rodeado por un bello claustro en el que se distribuyen veladores de hierro fundido y tapas de mármol; el mobiliario clásico de las tabernas de Córdoba. Las excelentes soleras montillanas que se sirven, así como las exquisitas tapas, merecen una breve parada.
Una vez dejada la taberna por la puerta que da a la calle Romero Barros, inmediatamente se está en el lugar más cervantino de la ciudad; la Plaza del Potro. En el centro hay una fuente de gran fama que, desde, 1577, da nombre a la plaza. En esa fecha fue construida cuando era corregido García Suárez de Carvajal. Parece ser que la enorme popularidad de esta fuente consiguió que una antigua posada existente en la plaza cambiara de nombre y se llamara desde entonces posada del Potro. Esta posada ya estaba abierta en 1435 y aparece en El Quijote. Durante los siglos XVI y XVII, fue punto de encuentro de la truhanería andaluza. En la actualidad se ubica en ella la Casa del Flamenco, en la que se organizan exposiciones y actividades dedicadas a esta rama tan importante de la cultura andaluza y cordobesa.
Al fondo, en la perspectiva que se abre al río, se alza un nuevo triunfo con San Rafael en lo alto de la columna.Cercano al lugar, en las primeras casas de la calle Lineros, existe un restaurante, decorado con minuciosidad, que merece la pena visitar: Bodegas Campos.
Pero sobretodo, se hace imprescindible detenerse en los dos museos instalados en la plaza del Potro: el de Bellas Artes y el del pintor Julio Romero de Torres.
Concluida la visita a ambos museos, se toma la calle de Armas y, tras cruzar la plaza de la Cañas, se alcanza la de la Corredera. Es ésta una de las plazas más características de Córdoba,.. En su género es única en Andalucía. Se ha dicho, no sin rigor, que puede formar trilogía con las plazas mayores de Madrid y de Salamanca. Su construcción como plaza unitaria data de finales del siglo XVII y fue realizada por el corregidor don Francisco Ronquillo Briceño. La obra se llevó a cabo con el fin de que la ciudad poseyese un lugar adecuada para celebrar conmemoraciones y espectáculos. En su recinto, firmado por una arquería de soportales apoyados en robustos pilares, se han organizado mascaradas, autos de fe de la inquisición, con condena y muerte de los reos, juegos de cañas y, en suma, los más variados espectáculos, entre los que sobresalían las corridas de toros, que eran presididas desde el balcón de la Cárcel Nueva, edificio de estructura distinta, que luego sería fábrica de sombreros y hoy ubica un mercado y un centro cívico. Al lateral de levante, desemboca todavía hoy la calleja llamada del Toril, que formó parte de los antiguos toriles de la plaza.
La plaza de las Tendillas constituye el corazón de la ciudad, al que la vitalidad de los barrios periféricos y los nuevos ensanches van restándole protagonismo, aunque todavía sigue siendo el punto de encuentro y referencia urbana para los forasteros. En 1927 surgió, de una importante reforma, la actual plaza, que tuvo ya en la época romana el carácter de lugar principal de la capital de la Bética, y a la que algunos llamaron la Roma andaluza.
La mayoría de los edificios que la delimitan conserva el sello del tiempo de su apertura. En el centro de la plaza destaca una estatua ecuestre que representa a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, realizada en bronce por el escultor Mateo Inurria. El dato más curioso en relación esta estatua lo constituye la cabeza del Gran Capitán esculpida en mármol blanco, que reproduce la del mítico torero Lagartijo.
Tomando la calle García Lovera, se atraviesa la de Claudio Marcelo y, por Conde Cárdenas, se llega a la plaza de la Compañía. Perviven en esta plaza los más variados estilos: la iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos conocida por Compañía por su anterior pertenencia a los jesuitas; fue construida en el siglo XVI por el hermano Matías Alonso, discípulo del escurialense Herrera. El templo es de cruz latina con cúpula y linterna de estilo renacentista y tiene un retablo barroco, de gran calidad artística, realizado en en el año 1727 por Teodosio Sánchez de Rueda.
Lindante con la iglesia, el colegio de Santa Catalina, también llamado de la Compañía, en donde se puede admirar una de las más hermosas escaleras barrocas de España. Frente a él, en un edificio recientemente restaurado, tiene su sede el Archivo Histórico Provincial.
Al fondo de la plaza, cerrando la perspectiva, se encuentra la iglesia de Santa Victoria, de estilo neoclásico, anexa al colegio de igual nombre, que recuerda al panteón romano de Agripa. Santa Victoria es la iglesia cordobesa que presenta un estilo arquitectónico menos contaminado. Se comenzó a edificar en el año 1761 bajo la dirección del arquitecto francés Baltasar Dreveton; pero al desplomarse la cúpula en 1722, continuó el templo hasta su terminación fechada en 1778, el arquitecto Ventura Rodríguez.
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