sábado, 4 de febrero de 2017

Cádiz (España)

El viajero que llega a la ciudad por carretera lo advierte enseguida, nada más cruzar el puente de Carranza y dejar atrás la larga recta de la avenida de Andalucía, en tierras ganadas al mar a lo largo de los años. Desde aquí, desde esta importante arboladura de piedra, con toda la frondosidad y la fortaleza de los viejos castillos medievales, la ciudad se despliega como una cabeza de hacha primigenia con forma de heptágono irregular que incluye la trama del puerto con sus diques y pantalanes, las murallas que miran al norte y al este, con los baluartes de La Candelaria y Santa Catalina, la playa de La Caleta y el Campo del Sur, donde las olas rompen con el fervor y también la furia de los enamorados.

Desde hace más de tres mil años, la mano del hombre ha ido tejiendo y destejiendo la trama de ese pequeño heptágono, ha construido y ha derribado y ha vuelto a construir, ha enterrado grandes trozos de historio y sobre los nuevos solares todavía palpitantes ha iniciado nuevas y, en ocasiones, inesperadas singladuras. Bien, esta prometeica se ha desarrollado de modo más o menos parecido en todos los lugares en los que el hombre habita. Y todavía continúa desarrollándose, en un proceso que verá el final, sin duda, el mismo día en que el ser humano deje de existir.

Lo que singulariza a Cádiz es que aquí el proceso se detuvo en el siglo XVIII, cuando la ciudad alcanzó su esplendor moderno, en la época de la Casa de Contratación y los galeones que llegaban de las Américas cargados de plata y de oro.

Se hablará del misterio que envuelve a este trozo de tierra frágil y delicado, de las razones más o menos atinadas del hombre para convertirlo en hábitat permanente; se hablará de la luz y del viento como dos fuerzas motrices de indudable potencia y atractivo, del insondable océano, tan azul y tan puro en sus clamas y tan alto y desatado en sus violencias, de la fantasía del tejido urbano, con todas sus calles desembocando en el mar. Se citará lo que los viajeros ilustres fueron desgranando a lo largo del tiempo: "sirena del océano", dijo Lord Bayron; "aireario", apuntó Juan Ramón Jiménez con su conocida precisión; "salada claridad", cantaría Manuel Machado y todavía alguien, del que nada se sabe, deletreó asombrado "tacita de plata", apelativo del cual, por encima de todos los demás, acabó apoderándose el vulgo.

Todo ello es verdad y el viajero lo irá descubriendo más o menos rápido. Pero lo primero de todo es la circunstancia del tiempo detenido en ese siglo prodigioso en el que todas las miradas se volvían hacia Cádiz. Es esa ciudad la que fascina, sus calles, sus plazas sus paseos y jardines y, sobre todo, la maravilla de una arquitectura hoy perdida en la mayor parte del país, que aquí se conserva no como las estatuas en un museo arqueológico, sino viva, esplendorosa, en plena actividad. Un milagro inexplicable, como son siempre los milagros verdaderos, que ha llegado hasta el día de hoy se mantiene para el disfrute de sus habitantes y para gozo y la delicia de quienes se acercan a visitarla.

Frontera de los dos Cádiz, el Cádiz antiguo, amurallado, y el nuevo, de tierra ganada al mar, las viejas puertas del Cádiz murado prestan hoy al visitante una armónica visión de la entrada a una ciudad cuya conservación es casi un milagro.

Cercano a la Cárcel Real, dando a la calle de su nombre, se encuentra el Monasterio de Santa María de franciscanas concepcionistas, cuya fundación data de 1527. Su construcción se llevó a cabo sobre una antigua ermita dedicada a la Purísima Concepción. El ataque de la flota angloholandesa de 1596 le produjo tales daños que se hizo necesaria una nueva construcción.

El convento de Santo Domingo aparece en la llamada Cuesta de las Calesas, pasadas las murallas de Puerta de Tierra en sentido de entrada a la ciudad; desde allí se divisa el puerto comercial, la Aduana y la Comandancia de Marina.

La Plaza de San Juan de Dios quizá sea la más importante de la ciudad, por encontrarse en ella el Ayuntamiento. Fue antes la Plaza Real, Plaza de Armas y mercado, se originó en terrenos ganados al mar.

El actual edificio de la municipalidad está construido sobre las bases de las anteriores casas consistoriales, y se distinguen claramente dos estilos, el neoclásico tan propio de Cádiz, y el isabelino.

Visible desde toda la fachada atlántica de Cádiz, y desde le mar, integrada perfectamente en el caserío, la catedral es punto inevitable de referencia de la ciudad y lugar de descanso eterno del insigne músico Manuel de Falla. La primera piedra fue colocada por el obispo Armengual en 1722, y se inspira la obra en la de Granada. Su primer arquitecto fue Vicente Acero, de formación barroca. Como quiera que su construcción duró más de un siglo, su estilo fue derivando hasta el neoclasicismo, con influencias americanas y gran luminosidad interior.

La plaza de San Félix es un espacio evocador y cargado de historia. En su tiempo fue el lugar más importante de Cádiz, por los servicios eclesiásticos que reunía: Catedral, Palacio Episcopal y Contaduría de la Iglesia. Aquí se encuentra la Iglesia de Santa Cruz, conocida como Catedral Vieja, por ser el primer templo catedralicio con el que Cádiz contó su aspecto actual procede de la reconstrucción de un templo incendiado en el ataque anglo-holandés de 1596. La primera iglesia se había levantado en la segunda mitad del siglo XIII para que fuese sepulcro del rey Alfonso X el Sabio.

Desde la plaza de la Catedral se va a la de San Félix a través del Arco de la Rosa, uno de los tres que se conservan de la antigua muralla almohade. Junto a este arco se encuentra la Casa del Obispo, residencia del jefe religioso de la diócesis desde la Edad Media, aunque la fachada actual data solo del siglo XIX. En recientes obras de rehabilitación se han localizado restos de estructuras que se remontan al Bronce Final, lo que ha dado lugar a un formidable yacimiento, actualmente visitable, en el que puede leerse con entera facilidad la historia arquitectónica de Cádiz. Detrás de la iglesia de Santa Cruz, en el Campo del Sur, pero colindando con el templo,  se descubrió también, no hace mucho un teatro romano, probablemente, el mayor de España y, sin duda, el primero de los construidos. Data del siglo I a.C. y lo edificaron los Balbo como parte de la ampliación de la ciudad fenicia. Puede verse la cavea o graderío, la galería de distribución, un formidable pasadizo anular con bóveda de cañón, algún vomitorium o salida a las gradas y parte del muro que encerraba el graderío. Se sabe que tanto el escenario como el pórtico que tras él se abría se encuentra aún bajo las edificaciones del barrio del Pópulo.

El Barrio del Viña está formado por una larga calle que uno los dos enclaves populares gaditanos por excelencia: La Caleta y la parroquia de la Palma. Manzanas de casas a ambos lados de esta calle constituyen el barrio popular de antiguos pescadores y trabajadores del puerto.

En la última década del siglo XVII se construyó la Parroquia de Nuestras Señora de la Palma en el solar donde antes había una viña. Tuvo el nombre de Encarnación al principio, más tarde Vencimiento y, ya al inicio del XVIII, adoptó el nombre que aún hoy conserva. Un incendio en 1754 la destruyó casi completamente, reconstruyéndose pocos años después.

El Castillo de San Sebastián fue levantado en el extremo más occidental de la playa de La Caleta sobre una pequeña isla, en donde según la tradición estuvo el templo de Kronos, y llegó a ser uno de los más fuertes que guarnecían la zona norte de Cádiz.

El Castillo de Santa Catalina se erigió frente al castillo de San Sebastián, en el otro extremo de La Caleta, sobre piedras ostioneras y otros escollos. El castillo es de planta pentagonal y fue construido, a finales del siglo XVII, "contra la voluntad del pueblo de Cádiz", en palabras del brillante historiador gaditano Juan Ramón Cirici y Narváez. Ciudadela de Cádiz durante lustros, fue después convertido en presidio militar y el  actualidad puede visitarse.

El Gran Teatro Falla fue el primer coliseo de Cádiz, inconfundible por sus proporciones. Se encuentra junto a la Facultad de Medicina y la Clínica de San Rafael, cercano al parque Genovés y los barrios más populares de Cñadiz, la Palma y la Viña, y es la cita obligada de las representaciones más genuinas del gaditanismo: el carnaval.

En la recoleta y aocgedora calle de Santa Inés, cercana a la plaza de San Antonio, se encuentra el Oratorio de San Felipe Neri al que la historia tenía destinado ser escenario de grandes acontecimientos históricos.

El Museo de las Cortes de Cádiz se ubica junto a la iglesia de San Felipe de Neri, en un edificio adaptado, a principios de siglo por el arquitecto Cabrera Latorre, para tal fin. Fue con motivo del primer centenario de la Constitución de 1812 cuando se decidió el Cabilado de la ciudad a crear un establecimiento que recordara a los gaditanos dicha efeméride. Su complementación con nuevos fondos relativos a la historia gaditana hacen de este museo una cita inevitable para que quien desee adquirir una retrospectiva histórica de Cádiz. La pieza maestra del museo es una maqueta de la ciudad realizada por el ingeniero militar Alfonso Ximénez, en maderas nobles y marfil, por Orden de Carlos III. Piezas e la época de la guerra de la Independencia, reproducciones de la antigüedad gaditana junto a una nutrida muestra iconográfica de prohombres de la provincia, de excelente factura, junto a curiosos documentos y objetos diversos, complementan este museo.

La iglesia de San Antonio, antigua ermita, se halla coronando la plaza del mismo nombre, en la que desemboca la Calle Ancha, arteria principal del Cádiz  central e interior.

Con la fachada y entrada principal a la plaza de Mina, una de las más bellas de Cádiz, que fue huerta del convento de San Francisco, el Museo de Cádiz actual es el resultado de la fusión del Arqueológico y el de Bellas Artes.

Corona de plata blanca de cal y filigrana de la Alameda de Apodaca, la iglesia del Carmen se ultimó en la segunda mitad del siglo XVIII con las pautas del estilo barroco gaditano: planta de cruz latina, nave central más alta y dos laterales con diversas capillas y retablos, bóveda de cañón rematada en el crucero y cúpula sobre pechinas.

La alameda de Apodaca quizá es el conjunto más armónico y hermoso de la ciudad de Cádiz, con su baranda al mar de la bahía, un caserío bien conservado y lleno de interés y una extensión en sí misma inconcreta puesto que podríamos iniciarla en las murallas de San Carlos y concluiría en le baluarte de la Canderlaria.

Con fachadas al puerto comercial y la plaza de España, el palacio de la Diputación Provincial, antigua Aduana del Cádiz americano, es uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil de Cádiz. Muy sobrio de fachada, como corresponde a su estilo neoclásico, la antigua Aduana cuenta solo con altos balcones rematados por frontones triangulares y curvos, de base recta y con rectas pilastras de rocas ostioneras, lo que le da una decoración geométrica en su contraste con el blanco de su fachada.

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