De regreso de Almeida hacia el alojamiento, paramos para cenar en el restaurante Montecarlo, situado justo en la frontera de Portugal con España (de hecho se puede ver la aduana mientras uno come).
Al principio, nos dio un poco de miedo ir allí porque no había nadie y no sabíamos si era porque la comida estaba mala. Sin embargo, nuestros temores se nos fue al probar el primer bocado de los platos que pedimos. ¡Estaba todo buenísimo!
Una de las especialidades que tienen es el bacalao y lo preparan de varias formas diferentes. Tranquilos, a quién no le guste ese pescado no pasa nada, también hay chuletitas de cordero o cualquier otra comida que os pueda gustar. Al igual que cualquier otro restaurante, tienen salsas y una de las que te viene con todos los platos es aceite de oliva con ajito picado que da muy buen sabor a todas las comidas.
Lo mejor de todo viene en los postres y yo que soy muy golosa me gusta todo. Disfruté de varios dulces y por último de un té que hicieron especial que estaba riquísimo.
Nos llamó mucho la atención que después de terminar cada cosa siempre nos ofrecían repetir sin aumentar el precio. Está todo muy bien económicamente, por lo que comimos barato y con mucha cantidad.
Es una pena que esté todo muy vacío, pero ellos no tienen la culpa de que haya quedado así. Sino más bien aquellos que han puesto 6 € de peaje en las autopistas portuguesas ya que eso incrementa el precio de la cena (6 euros ida y otros 6 de vuelta, ya hablamos de 12 euros más) y hace que la gente no se desplace hasta Villa Fomoso.
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