Otra de las ciudades cerca de Portugal que estaba en nuestro recorrido es A Guarda (La Guardia). Un lugar precioso que nos encantó a pesar del frío que hacía en pleno agosto.
Nada más llegar fuimos al Monte de Santa Tecla al que subimos en coche. A medida que avanzábamos, las vistas eran impresionantes y hacíamos paradas para sacar panorámicas desde las diferentes alturas con nuestras cámaras de fotos. Es un fantástico paisaje fronterizo de España y Portugal que merece ser visitado al menos una vez en la vida. Las vistas del Océano Atlántico son maravillosas y si hace soleado, el paisaje inunda los ojos.
Desde lo alto del todo, vimos la desembocadura del río Miño y el puerto A Guarda. Si hubiéramos ido con más tiempo seguro que nos hubiésemos acercado a tomar algo en el puerto.
Arriba también hay unos puestos que venden símbolos celtas en bisutería y brujas (para los gallegos, meigas). Algunos de los que me conocéis sabéis que me encantan estas cosas y no pude irme de allí sin comprar una brujita para mi dormitorio y unos pendientes con el símbolo de la triqueta (la vida, la muerte y el renacimiento).
Aquí, en lo alto, hay un museo con las piezas encontradas, que nos permitieron hacernos una idea de sus distintas etapas. Quizá lo más curioso es la figura de la esvástica, ya utilizada desde aquellos tiempos.
Cuando fuimos, tuvimos la suerte de que era por la tarde y vimos el atardecer desde la cima. En mi vida he visto una puesta de sol igual. ¡Sin palabras!
Finalmente, al bajar, paramos a mitad para visitar el Castro de Santa Tecla, uno de los más grandes yacimientos arqueológicos pertenecientes a la cultura castreña y el más emblemático y visitado de los castros gallegos. Tiene los restos de un gran poblado con la base de las viviendas bien conservadas, dibujando formas circulares que aderezan el paisaje.
Fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional en el año 1.931 y también tiene la consideración de Bien de Interés Cultural.
Me encantó el lugar y merece la pena visitar todo esto.
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