domingo, 1 de enero de 2017

Gibraltar

Uno llega a Gibraltar por primera vez sin tener muy claro lo que le espera. Desde el paso fronterizo se adivina la silueta difusa del pueblo, a los pies de esa montaña que crece de poniente hacia levante como una espalda verde y encorvada. Antes de entrar definitivamente en la Roca, un último escollo: la pista del aeropuerto "más céntrico" de toda Europa, partida en dos por la avenida de Winston Churchill, la carretera de acceso a la ciudad.

La primera impresión es muy confusa: una sucia y desordenada mezcla de viejas construcciones portuarias, fortificaciones centenarias y edificios de nuevo cuño, grises e impersonales. Más vale cerrar los ojos y fingir como se no se viera hasta poner los pies en Main Street, la calle principal de la ciudad.

Poco más de 1 km separa Gibraltar de la Línea, pero el abismo que se abre entre ellas se mide en cientos, miles de millas. Las casas bajas y encaladas, los patios en penumbra y los ventanucos floridos dejan paso a las fachadas color crema, malva y azul pálido, a los vistosos miradores de hierro forjado, a las callejuelas empinadas con sabor tropical.

La Línea es el último bastión de la Andalucía blanca; Gibraltar es el eslabón perdido, un punto y aparte en ese baúl de sorpresas que es la provincia de Cádiz.

A vista de pájaro, el Peñón parece la punta de una lanza, con esa inmensa montaña áspera y recortada hacia levante, febril y bulliciosa hacia poniente, donde surge con todas sus estrecheces el pueblo de Gibraltar: una franja de poco más de 2 km, parcialmente robada al mar.

Main Street se abre paso como un río de asfalto entre esa nubecilla de fachadas con sabor colonial. El primer tramo de la calle está repleto de comercios de todo tipo: joyerías, tiendas de sonido, surtidas bodegas con licores a precio de saldo, estancos que venden a mitad de precio, tiendas de marroquinería... Todo vale en este hormiguero por el que deambulan a diario miles y miles de turistas en busca de la ganga más insospechada. A ciertas horas, la Calle Real se viste con chilaba y babuchas: la presencia constante de emigrantes marroquíes le da el tibio aspecto de una medina árabe.

Nada más entrar en Main Street, a mano derecha queda el barrio de Irish Town, tal vez la zona puramente inglesa de la isla, llena de pubs, y con cierto sabor pesquero. Irish Town muere en las puertas de la casa del Parlamento, un curioso edificio situado al fondo de una plaza portificada, de gran influencia italiana, que obedece precisamente al nombre de la Piazza.

Se puede seguir el rastro de las múltiples iglesias del casco viejo callejeando por la misma zona. En Gibraltar se dan la mano católicos y metodistas, anglicanos y musulmanes, protestantes y judíos. Sin salir de Main Street, nos encontramos con la flamante catedral de St. Mary The Crowned, de culto católico. En Lane Wall Road, junto al histórico Kings Bastion, se halla la más importante de la cuatro sinagogas de la Roca.

Otra vez en la concurrida Main Street, en el tramo final, se puede visitar la King's Chapel, uno de los templos más antiguos de la ciudad, integrado en el conjunto histórico de la casa del Gobernador también conocida como El Convento, de origen español.

La puerta de Southport, con los escudos de armas británico y español, es el último eslabón de la Main Street, que deja paso al recoleto cementerio de Trafalgar, los frondosos jardines de la Alameda y la zona militar de la ciudad, de escaso interés turístico.

Pero uno no puede decir adiós al casco viejo sin sumergirse por las callejuelas y cuestas que serpentean a los pies de la montaña.

Cerca del cementerio de Trafalgar suben unas escaleras en dirección hacia la Flat Bastion Road, desde la que se domina toda la ciudad. Allí, si uno se deja llevar por la inercia, se pueden descubrir bellísimos portales y patios que desprenden sacados de la mismísima La Habana.

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