Continuando por mi recorrido desde Zamora junto a mis acompañantes, decidimos hacer noche en Miranda Do Douro que está a menos de una hora del municipio donde nos encontrábamos.
Al llegar, como aún era de día, nos fuimos directas al residencial Flor Do Douro para hacer el check-in y después dar una paseo por el casco viejo de la ciudad. No queríamos que se nos hiciera de noche, así que nos dimos mucha prisa en hacer todo porque faltaba muy poco tiempo para que la oscuridad nos atrapase. Por fortuna, el alojamiento se encontraba a muy pocos pasos de lo que queríamos visitar.
Como muchos de los pueblos de alrededor, el centro está amurallado por las continuas disputas de territorio que ocurrió en el pasado. Cuando traspasamos la puerta principal de la muralla, descubrimos que detrás de ella se escondía cosas fascinantes y encima de ella podíamos ver unas maravillosas vistas hacia toda la región y sus campos junto al Río Duero.
Lo primero que vimos dentro del casco histórico fue las ruinas del Castillo y Alcazaba que fue construido en el siglo XIII y después derruido en el siglo XVIII. Debido a los jardines que tiene, la gente debe celebrar allí eventos importantes como una comunión ya que vimos a una niña vestida para la ocasión.
Después vistamos la Iglesia da Misericórdia con el Postigo Barça. Éste último se hizo a mediados del siglo XVI para poder ir a territorios españoles. Antes de eso, sólo había dos puertas para entrar al municipio: la norte y la oeste; pero con ésta ya hubo tres.
Antiguamente, en la Iglesia da Misercórdia era donde se curaban a los enfermos y heridos en las guerras, ya que no sólo era la casa del Señor sino también un hospital.
A pocos metros, se encuentra la Catedral y su explanada. Desde ese mismo punto, salimos por la puerta de la ciudad para ver el mirador que hay. Es precioso y pudimos respirar aire puro, sin contaminación.
Regresando hacia la Catedral, descubrimos el Palacio Episcopal que en la entrada hay un memorial consistente en unas placas grabadas con los nombres de los obispos. Frente a él se halla el edificio de los Juzgados precedido por una enorme escultura de bronce.
Tras el día tan cansado caímos rendidas en la cama.
Al día siguiente, el personal del hotel donde nos alojamos fue muy amable con nosotros y nos dieron un buen desayuno aunque yo no comía mucho porque tenía el estómago cerrado. El recepcionista se dio cuenta de ello y me invitó a coger cualquier cosa para llevarla por el camino.
Cuando hicimos el check-out también tuvieron el detalle obsequiarnos con unas navajas del hotel para que tuviéramos la dirección para poder volver. Tanto es así que estamos deseándolo.
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